sábado, agosto 12, 2006

En entrega

Él se entregó al sueño y el sueño lo entregó a él. Eran las tres de la tarde pero estaba oscuro. Él estaba inconsciente en el hospital pero podía recorrer las calles y charlar con Pato, su gran amigo, que para festejar el cumpleaños de él sacó un pato de su bolsillo y se puso a leer una poesía. Inconsciente en el hospital estaba pero el sueño lo entregaba y él también se entregaba a este y entre tantas entregas, él no sabía donde estaba. Su cuerpo no podía ser el que estaba inconsciente en el hospital pero tampoco el cuerpo de él era el que estaba con Pato que ahora trataba de regañarlo mostrándole una foto de Janis Joplin desnuda. Él estaba en un recital de Woodstock y no lo sabía porque los alucinógenos eran tan fuertes que se pensaba inconsciente en un hospital o con Pato que ahora guardaba la foto de Janis Joplin y descosía una camisa para regalársela a su abuela. Pato decía que las cosas iban y venían y él se imaginó en un bote inconsciente en el hospital cantando Cry Baby con Pato que sacaba un pato de su bolsillo y se ponía a leer una poesía. Pero se dio cuenta que Pato era ficticio porque por más que le digan Pato, Pato nunca se aficionó por los emplumados animales. Y sí Pato era ficticio podría llegar a ser que él también fuese ficticio en ese lugar donde estaba con Pato o en cualquier otro lugar susceptible de ser habitado por alguien. Pero quién sabía si ese lugar en el que estaba él era un lugar susceptible de ser habitado por alguien o era también un lugar ficticio.
Como el narrador se quedó sin lugares, sin personajes y sin cuento va a pasar a contar historias personales de su vida. Mejor no. El cree que es un acto aburrido y grosero para el lector entusiasmado con la historia de él, Pato, los lugares, los pasajes y él (el narrador, señora, no él) cree también que este cuento servirá para que los intelectuales academicófilos puedan decir empuñando el dedo índice y moviéndolo hacia los costados como símbolo de reprobación: “esto es pura chabacanería, es un robo a Cortázar señores, es un robo a Macedonio, es un robo a....” y que lo tilden de posmoderno, posmelodrámatico, posromancatológico y esas palabras pos- que usan ahora los intelectuales. Si hay alguien demasiado pos soy yo, porque siempre postergo, es decir: me pueden encontrar después del “por lo tanto”. Y si hay alguien demasiado muerto (después de que un alemán nos anunció la muerte de dios, un italiano la de la estética, un francés la del sujeto) también soy yo porque, por suerte, nadie me conoce y puedo escribir cuantas sartas de idioteces me vengan a la mente. Ahora voy a tratar, en un esfuerzo sobrehumano, de seguir con la historia y tratar de llegar a un desenlace lo bastantemente comercial para que mi obra se venda en el exterior, sobre todo en Europa donde parece que a los escritores les va bien y ganan mucho dinero(fíjese el revuelo que armó ese tal Dan Brown).
Él tuvo que comprarse dos boletos de colectivo para viajar en el barco pero en el barco estaba inconsciente y también cantaba Janis Joplin, cosa que le parecía inaceptable a una persona de tal envergadura como él (el narrador quiere dejar esa palabra porque le parece lo bastante grosera y cómica como para hacer reír a un albañil, entonces le parece bien porque eso vende. El narrador se imagina una charla de dos albañiles:
-Che Cacho, este flaco escribió en-verga-dura
-¡jajaja! Decime cómo se llama el libro que ya me lo compró). Él prefirió conseguirse un trabajo y esperar a ganar un poco de dinero para irse en avión. Pero él ya estaba en el barco inconsciente en el hospital, cosa que le parecía un poco terrible para poder conseguir un trabajo excepto que fuese a trabajar de marinero retirado con una buena jubilación, cosa que también se consigue muy poco. (el narrador se da cuenta de que su potencial creativo está llegando a límites insospechados, se prendé un cigarrillo y deja reposar un poco los dedos sobre el teclado esperando que alguna musa salvadora lo rescate del embrollo en donde se metió, parece que la musa no viene...). Él, que ahora era un marinero y que ahora se llamaba Christopher, estaba inconsciente en el hospital (del barco). Pato le había llevado un pato por su cumpleaños y se había puesto a leer una poesía. Christopher se enojo por la mediocridad de esa poesía, sacó su espada y mató a Pato. Salió corriendo del hospital, cruzó la calle y al grito de “¡¿dónde está el capitán?!” mató a una parejita que se estaba besándose en la plaza san Martín. Lo metieron preso y decretaron que estaba mal del coco. Lo llevaron a un manicomio en Puerto Rico, lugar donde abundan los cocoteros y los vendedores ambulantes.
-Me parece que el final es medio barato- le dijo el narrador a un amigo- pero la verdad, ya me tenía por las pelotas que él nunca esté en ningún lugar y en todos al mismo tiempo.-
Estimados lectores, este es el final de la historia del narrador y su historia de Christopher, Pato, los cocoteros y un barco que tenía un hospital adentro (y parece ser que una ciudad también). Los dejo porque ya el sueño me está atrapando.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Emmanuel dice:

Este es el mejor segundo texto que lei!
una genealidad
lamento que mi critica sea poco amplia y ajena a los conceptos tipicos a saber en un chico seudo intelectual como yo(¿?)
pero bueno
soy un seudo!

beso