viernes, agosto 25, 2006

El niño iluminista

Al final un sabor amargo en la boca. No fueron los tres cigarrillos que me fumé en tu presencia, fue algo que me dejaste vos pero que todavía no podés comprender. Podría escribirte una carta que empiece “Querido niño iluminista” pero me gusta más traspasar los sentimientos por la masa enferma y caótica de la literatura. Pero claro… eso tampoco lo podés entender. Todavía no podés entender lo que es estar quebrado. Lo estás pero todavía no encontraste el lugar exacto de ese hueco, no lo descubriste en tu cuerpo.
Nos vimos dos horas, hablaste mucho y, para mi asombro, te escuché en una quietud casi psicoanalítica. Y justamente de eso es de lo que estoy hablando y, a la vez, no. Estoy hablando de mi falta, de mi temor, mi gran temor que sé que sabés dónde se encuentra. Pero ¿Vos? ¿Dónde está tu temor? Hablaste mucho pero lo único que me dijo esa charla de dos horas sobre Susana Giménez y el primer disco solista de Yorke, lo único que me dijo esa charla en donde me refregabas cuanto sabés de cine y de música (como si yo fuese un profesor al que le tenés que rendir cuentas) es que estás completamente solo, que sentís en el cuerpo una hinchazón que no sabes controlarla, que necesitas llorar, gritar, patalear, amar, odiar, pero que tenés miedo de que todo eso te lleve a la locura. Yo también tengo miedo. Pero cómo explicarte ese hueco que es sólo mío e irreproducible en palabras, cómo regalarte lo que no puedo decir, lo que no se puede ver. Pero esto no lo vas a entender todavía, quizás en un tiempo largo, cuando descubras que todos tenemos un hueco, que todos estamos astillados.
Sos muy inteligente, y lo sabes. Pero al hueco no lo descubre el intelecto, no es tan fácil decir “acá está”. El hueco duele en el cuerpo. No existe ningún algoritmo que te salve, no hay fundamento posible. Pero no te puedo explicar más. No quiero prevenirte de nada, no quiero pervertirte tampoco. Vos vas a trazar tu camino así como yo voy a seguir trazando el mío. A veces me gustaría que hables de vos y no de tus conocimientos, a veces me gustaría que no te sientas incómodo en esos momentos que nos quedamos callados. Entiendo tus escapes de niño iluminista porque yo también fui uno de ellos, también fingía ser cool como fingís vos. Hablaba con términos académicos de Miranda!, quería a toda costa caerle bien a todo el mundo. Ahora ya ni me interesa. Perdí todo: creo que casi soy nadie. La cabeza también la perdí, me subieron al patíbulo y quedé acéfalo. Espero que algún día puedas entender lo desesperante que es pasarse la vida buscando objetos inexistentes. Yo no interesa ahora. Me interesas vos, me interesas porque te quiero (en las dos acepciones: afectuosamente y como objeto).
Es simple… Dejemos todo, no nos tratemos de cuidar de nada, despojémonos de la hermenéutica, de las razones, de los sin sentidos. Veamos una puesta de sol y miremos la puesta de sol como lo hace todo el mundo. Juguemos a ser tiernos, sinceros, odiosos, charlatanes, serios, mugrosos, limpios, temiblemente buenos, deliciosamente malos. Vas a ver que todo va a salir bien, de alguna forma todo va a salir bien.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Todos somos seres humanos... y está en nuestra esencia estar truncados... ya desde el vamos, debemos elegir, siempre... dejando algo en otro lado, algo así comouna realidad tangente que no se vivió... difícil de explicarlo sin caer en el delirio...

Se te extraño... el escrito me parece genial... realmente...

Cuidate, besos enormes

Anónimo dijo...

*extrañó

Anónimo dijo...

El hueco.
ese hueco es tan dificil
te quiero
y me gusto mcuho esta poesia.
solo eso.
emmas