martes, junio 24, 2008

ir



Un espejo refracta las caras de imbéciles que tenemos,
nos miramos fijo hasta perder el orden de los ojos,
gesticulamos para parecer más inexactos.
Rearmemos:
una vieja en un sillón se mira al espejo de manera imbécil,
cuelga algo de su paladar;
una incisión,
un átomo.
Disuelve el azúcar en el té,
el té es su transparencia...
- En el encuentro de las fusiones hay algo siniestro,
una sacudida-
Con la mano derecha toma la taza de té,
se enfrenta al acto de agarrar.
Lo hace.
O quizás se disuelve en el instante
y un perro
que coagula sus lágrimas en sentimientos impuros,
se deja llevar por la mano del té,
la derecha,
elasticidad de dedos petulantes
que ahora el té en la mano
sugiere una leve acomodación
de la situación cotidiana:
presente continuo y pesadilla.
Un perro sudoroso que en el té
adquiere la transparencia del azúcar...
en el espejo la vieja imbécil
o nosotros que nos miramos fijos,
perdemos el orden de los ojos,
las pupilas que descienden levemente
de una eyaculación escéptica voraz.
La vieja desprende la mano de la taza de té
para rebelarse contra ella.
-son los olores los que construyen-
el azúcar está tibio sobre el perro
a punto de cocinarse.

2 comentarios:

Alejandro Bennet dijo...

no puedo dejar de sentirme un imbécil cuando me miro al espejo, cosa que no hago muy seguido.
Habrá que esperar a ser vieja para confundir nuestra cara con la de algún otro.
Saludos.

Emmanuel l. Franco dijo...

las pupilas que descienden levemente
de una eyaculación escéptica voraz.
Que genial. Ha go un parentesis en nuestro natural distanciamiento solo para decir lo mucho que me gusto este texto.

Exitos
emmas.

No digas que no soy bizarro, eh!